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Proletario que mueres de universo,¡en que frenética armonía

 

acabará tu grandeza, tu miseria, tu vorágine impelente

 

tu violencia metódica, tu caos teórico y práctico, tu gana
dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición, a tu enemigo!

 

César Vallejo en España, aparta de mi este cáliz.

Escribo esto aun sacudiendo la melancolía de mi corazón, de
mis ojos, de mí,…para volver a lo que físicamente me rodea. Resistiéndome a
soltar el libro de las manos, me levanto con lentitud, por fin lo suelto, lo
miro, acaricio su lomo negro y picudo, satinado…con la foto de esa hermosa
mujer de abrigo verde-agua tapándose la boca como si no pudiera creer lo que
está viendo, a lo mejor arrepentida de no haberse tapado más bien los ojos. Era
una promesa cuando abrí con deleite por primera vez el libro, sabedora de que
no iba a leer una historia amable, intrigada ante tu fascinación por Aurora
Rodríguez Carballeira, pero disfrutando ya de la lectura, hoy que lo he
terminado, hace diez minutos, ya lo echo de menos.
Pero mis dedos-mente-corazón, se resisten a dejar caer toda
la melancolía, como una adolescente que escucha maniática y masoquista mil
veces la canción que la hace llorar por un amor perdido. Sé que la historia
vivirá en mis sentidos, a flor de piel, aun durante unos días; para después
ocupar el terreno de lo inolvidable que sin embargo se olvida en esos recovecos
cerebrales que funcionan como cajones para que un día te preguntes ¿en cuál lo
puse? Jueguitos que no investigo que para eso hay especialistas, solo los vivo,
los padezco y los disfruto.
Todos los libros de la saga que convirtió a Almudena Grandes
en una de mis escritoras favoritas están en algunos de esos cajones (y en una
de mis estanterías, libros físicos por favor). Sin embargo, La madre de
Frankestein
, ha tenido algo más. Creo que nuestra relación
escritora-lectora ha llegado a un punto de madurez (tal vez debería decírselo).
Es con esta novela y ahora, cuando he comprendido en mi
condición de extranjera y española a la vez, hasta qué punto gracias a ella y
su ficción honesta y deslumbrante, que te cuenta siempre sus costuras para que
tengas clara la película real que constituye el fondo de sus Episodios de
una guerra interminable
(emulando a su adorado Galdós), que he aprendido
España. Y no, no estoy borrando de un plumazo todas y todas las artistas que ya
me han contado estas cosas en sus pinturas, en sus poemas en sus escritos, en
sus coreografías en sus obras, en sus narraciones rabiosas, tiernas,
nostálgicas, sarcásticas, dulces, irónicas, agresivas…Pero la paciencia, la
despaciosidad, la sensualidad (en cuanto a lo que se percibe con los sentidos) con
[MA1]  las que Almudena Grandes me ha ido
explicando todo su abecedario es lo más parecido a una mentora que he tenido, y
eso que ya he tenido, he tenido mentores hombres maravillosos. Ninguna mujer. Y
eso para mí, marca una diferencia en la forma de percibir su propia historia de
la que escribe y en mí que la leo y que también soy mujer. Con ella he
aprendido detalles, giros, momentos, no solo de la historia, sino del carácter
de esta España que me acoge desde hace ya muchos años (demasiados, dice mi
familia allá, con mi burro peruano en el Perú). De esta España a la que llegué
como una chiquilla con ganas de comérmelo todo, de la mano de mi Vallejo y su España,
aparta de mi este cáliz,
este cáliz que me voy bebiendo enterito… y
con las imágenes (y sé que esto no te gustaría tanto Almudena) de Ingrid
Bergman y Gary Cooper en Por quién doblan las campanas.
Al leer esta novela he sentido que conversábamos, que te
veía, que veía cómo te duele España, tanto como a Cernuda, a Miguel Hernández, como
a Lorca, como a Vallejo, como a mi me duele el Perú. Sentí que tú con tu voz de
narradora oral, me la estabas contando, a ratos mostrándome orgullosa, los
rincones de la alegría que la gente intentaba y muchas veces conseguía guardar,
por muchas locas asesinas, psiquiatras trepas, generales de manos rojas de
sangre que inunden el país. A ratos arrancándote la piel a pedazos, casi
acusando como una niña llorosa ¿te das cuenta? ¿te das cuenta cómo, por qué,
desde cuándo?
Y sí. Me doy, me doy cuenta.


 

 

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