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Cuando mi abuela Elisita hacía sus tamalitos verdes norteños … el olor del cilantro se salía por las ventanas de la casa…Recuerdo tardes en la cocina, mirando cómo sus manos desgranaban los choclos con una habilidad tan asombrosa, que conseguía mantener intactas sus uñas largas pintadas de rojo.
Las manos de mi mamama. Muchas veces cuando la pienso, parece que la viera aparecer muy poquito a poco detrás de sus manos como una bailarina tímida: por delante los gestos y arabescos de esas manos, y detrás, toda ella con su vestido de flores.
Elisita, escogía para los tamales, unos choclos serranitos (porque son más tiernos, decía), y lo ponía todo en el molino: un poco de choclo… con sal, otro de culantro… con su pimienta, otro de ají, con su picante…y vuelta al molino y así muchas veces. Al final, la panca (las hojas del choclo) para envolver, y a la olla. Una maravilla suave de sabor intenso que hay que degustar con los ojos cerrados y mucha cebolla.

La delicia más grande del mundo.
Ahora que ella no está, cuando vuelvo a Lima, mi avión suele llegar por la mañanita…y es mi mamá la savia ( y también la sabia)  que me ofrece un desayuno de fiesta: café pasado negro cargadito (del que solo hace ella ) , y tamalitos verdes con salsa criolla.
Yo no he aprendido a hacerlos. Pero soy la gozadora de ese baño de cariño que me dice en cada mordisquito: “¡bienvenida a tu casa!”, mientras el tamalito sabroso se deshace en mi boca.

Beso tus bellísimas manos mi inolvidable reina Elisita.

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