Estoy en Lima, llevo diez días en la ciudad donde nací. Camino por sus calles abriendo mucho los ojos para llevarme en la piel su nueva versión, o tal vez para que esta nueva versión me reconozca.. Pero en el centro, la vieja Lima…busco mis recuerdos con más intensidad. Tal vez porque siempre, en cada viaje, regreso a ella, siento que en sus rincones ,algo esconde mi nombre, como si algún día lo hubiera dejado escrito en un árbol o en un trozo de cemento fresco. Urbanita que soy.
Esta semana doy un Taller para profesoras y profesores de secundaria en la Casa de la Literatura Peruana. El último día entro a tomar un café pasado en el Bar Cordano. A diferencia del Paláis Concert, antiguo lugar de encuentro de intelectuales y artistas que estuvo en pie hasta hace diez años en el Jirón de la Unión y hoy convertido en una hiper tienda de no sé qué; el Bar Cordano sigue aquí.
su barra larga, su puerta de cristal y sus camareros de chaqueta blanca. Sigue
aquí ,tantos años después…el camarero me atiende con la «displicencia
amable» de siempre, de cada año; desde que vine la primera vez con 19 años
a explorar territorios desconocidos y legendarios para estrenar mi
«feliz adultez», con el más grande placer de la aventura, mirando con
devoción las mesas de granito donde se escribían o se pensaban algunas de las
obras literarias de varias generaciones; donde mis poetas y escritores de los
años 20 (hace casi un siglo ya), se reunían o se emborrachaban de bohemia de
principios de siglo (el XX).
aspecto de personaje de circo felliniano, tal vez remataba uno de sus dibujos
de Marilyn Monroe, para bebérselo en el Hotel Lima. Donde Martín Adán miraba con la
misma devoción que yo muchos años más tarde; a Valdelomar o acaso a César Vallejo.
Y Luis Hernández se comía un apanado con tacu tacu, pensando a sus 18 años cómo
hacer para ser artista y comer todos los días. Observando como en otra mesa, se
concentraba Blanca Varela con un café como el mío «sola y perdida en su
alma». Javier Heraud se «comía los árboles de la avenida que los
arquitectos querían devorar…». Y pocos años después (o tal vez el mismo
año) Bryce se emborrachaba con Ribeyro, que no paraba de fumar, preguntándose
cuál sería la mejor manera de embarcarse a París para SER escritores.
Tal vez ya enrabietados por la muerte del poeta, el
mismo Javier Heraud, asesinado en el río siendo él un río, porque no podía
soportar que este Perú (que en eso ha cambiado muy poco) siguiera siendo un
mundo para Julius y solo para Julius. Aunque el hermoso corazón niño de Julius
pudiera convertirse en un Martín Romaña, capaz de bañarnos a tod@s en ternura
con miles de apodos. Y aunque todo es maravilloso, nada alcanza y dan ganas de
decir con nuestro inolvidable Vallejo «que se lo coman todo y
acabemos», porque después de todo, María Emilia Cornejo, somos “la
muchacha mala de la historia».
Sin embargo hoy, en Lima brilla el sol y eso
siempre es motivo de alegría, enorme alegría.
Gracias Marisa por tu bello testimonio. Sigue disfrutando de esa Lima que recuerdo con tanto cariño y a la que algún día volveré. Salud por la nostalgia. Nelson C.
Gracias a tí corazón. ¡Que ilusión me hace tu comentario!